El autocuidado en las relaciones: cuando te olvidas de ti

Todos buscamos agradar a otras personas. Eso es un hecho inherente a la condición humana, porque si no gustas, te quedas solo. O, al menos, esa es la información que llevamos en nuestras células desde hace miles de años.

Desde que somos bebés tenemos la necesidad de gustar a nuestro cuidadores y, ¿por qué?, sencillamente por supervivencia. 

Los bebés son pequeños seductores que despliegan sus artes de manera instintiva para que sus necesidades se vean satisfechas. Y, como por supuesto sus estrategias tienen el resultado buscado, vamos automatizando esa manera de relacionarnos para que, en un futuro, ya como adultos, cuando necesitemos obtener algún beneficio o satisfacer algún deseo, podamos ponerlas en juego.

Pero la cosa cambia cuando ya no eres un bebé, porque tu supervivencia no depende de nadie más que de ti. Pero, ¿qué pasa cuando crees que sí depende de alguien más? Ocurre entonces que, cuando conocemos a alguien tenemos esa necesidad biológica de gustarle para huir del miedo inconsciente a acabar en soledad no escogida.

Cuando nos perdemos en la relación

No nos engañemos, todas/os hemos pasado por ahí. Cuando te gusta alguien, o sientes atracción física, intentamos darle a esa persona nuestra mejor versión, para resultar más atrayentes.

Hasta aquí todo bien. Pero, ¿qué ocurre cuando se genera un vínculo más duradero y estable?. Si hemos adquirido la inercia de ser alguien distinto de quien somos o de complacer siempre a la pareja, ocurrirá – sin más remedio- que acabaremos confluyendo con ella. 

Y ¿qué significa esto? que te habrás olvidado de ti y te habrás perdido en tu pareja y en la relación. No existirán límites claramente definidos para ti entre quién eres tú, quién es tu pareja y la conjugación de esas dos individualidades, que dan como resultado un nuevo sistema que es más que la suma de sus partes y que tiene una existencia propia.

Puede que al principio de la relación, no suponga ningún problema. Puede que quien se deja de lado a sí misma/o y todo le parece bien, crea que es su manera de amar y que lo más importante sea la armonía. Quienes están en esta dinámica tienden a creer que cuantos menos conflictos existan por diferencia de opiniones, más amor habrá. Por tanto, dejarán de lado sus opiniones, su autenticidad, para ser el prototipo que creen que su pareja ve como ideal.

Aquí viene la trampa de la mente: creerás que si eres esa “persona perfecta”, más vas a poder retener a tu pareja a tu lado, porque supuestamente no tendrá ningún motivo aparente para querer dejar la relación.

Llegados este punto, pueden ocurrir dos cosas:

  • Que el otro miembro de la pareja peque de lo mismo y la confusión entre quién es uno y quien es otro y cuáles son las necesidades de cada uno, sea total. 

En este caso es probable que la pareja tenga por bandera la idea del amor romántico de “tú lo eres todo para mi” y la co-dependencia esté en un nivel bastante elevado. Aprovecho para dejaros otro artículo de mi blog relacionado con este tema: https://bertafernandez.com/mito-amor-romantico/

Ni que decir tiene que si la relación acabase por cualquier motivo, sería bastante devastador.  Más incluso de lo ya de por sí son las rupturas a veces, puesto que sus miembros, cuando se vieran solos, no sólo tendrían que hacer el duelo que supone cerrar un capítulo de tu vida con otra persona, sino que, además tendrán que reencontrarse a sí mismos para poder seguir adelante en un nuevo escenario.

  • Que el otro miembro de la pareja tenga más definidos sus límites entre él como individuo, su pareja y la relación que mantienen ambos. 

Seguramente quien se dejó de lado para satisfacer constantemente los deseos y necesidades de su pareja, al ver que ésta quizá es más independiente o necesita más espacios de retirada – como ocurre en las relaciones funcionales y sanas -, entrará en una hiperexigencia en un intento de recibir de vuelta lo mismo que considera que ha dado en la relación.

Es cierto que debe existir un equilibrio entre el dar y el recibir en una relación, es decir, que nos sintamos amados y tenidos en cuenta. Pero el tipo de amor condicionado al “te quiero pero sólo si tú me quieres y estás conmigo”, es manipulador y no honra la libertad de ninguno de los miembros de la pareja. 

Porque, por muy duro que le resulte a nuestro ego, amar a alguien significa hacerlo, incluso si esa persona no está contigo porque no es feliz a tu lado.

La manipulación inconsciente

Utilizar esta forma condicionada de cuidado o atención a la otra persona, se convierte en una forma de manipulación – seguramente inconsciente- para generar a la pareja un sentimiento de deuda, y poder así atarle a la relación. 

Así, si en algún momento la otra persona sintiera que ya no desea estar más en esa relación,  se le desataría inmediatamente el mecanismo de la culpa, motivado precisamente por ese sentimiento de deuda. De estos embrollos es complicado salir, pero no imposible.

Puede que pienses que esto es muy exajerado, pero lo cierto es que lo he visto más de una vez en consulta e incluso yo me descubrí en el pasado en alguna de estas inercias. 

No somos conscientes de los juegos que nos jugamos y de cómo saboteamos nuestras relaciones, en busca de que nos hagan felices o nos calmen vacíos, que nacieron cuando apenas éramos esos bebés seductores y unos cuantos años después, durante la niñez. 

Ignorar el autocuidado, no es más que una estrategia para no contactar con los deseos y necesidades propios, porque se tiene la creencia, que si nos mostramos como somos, con nuestros defectos, con nuestra poca amabilidad a veces, con nuestras inquietudes, con nuestro mal humor, en resumen, con lo que etiquetamos de imperfecciones, no nos aceptarán. 

Es muy probable también, que estas creencias tan arraigadas, tengan su nacimiento en base a experiencias pasadas en las cuales no nos dejaron ser.

Honrar tu singularidad, escuchar y transmitir tus necesidades y mostrarte tal y como te apetece ser, es lo que hace que relacionarte con el mundo y en concreto con tu pareja sean movimientos de autenticidad, que te lleven a tu propio bienestar y al de la relación que mantengas.

Cualquier otra expresión de ti que intente olvidarse de ti – valga la redundancia -, sólo puede surgir de la ausencia de amor hacia ti mismo, y como resultado, corres el peligro de encontrarte en relaciones en las que no acabes de hallar paz o satisfacción.

Para evitar esto, puedes aprender a priorizarte y a atender tus necesidades, encontrando un sano equilibrio entre el amor propio y el amor compartido.